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ÍNDICE


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Plazoleta Julio Sosa

Julio Sosa: (1926-1964), cantor de tango de origen uruguayo; autor de Dos horas antes del alba, interpreta con singular éxito Por qué canto así, Madame Ivonne, Araca corazón, Margot y Que me quiten lo bailao; muere en un accidente automovilístico en el momento de su mayor éxito.

Ubicada entre Av. Dr. Ricardo Balbin, Nuñez y Washington
(Saavedra)
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Plazoleta Julio Sosa

Plazoleta Julio Sosa

Plazoleta Julio Sosa

Plazoleta Julio Sosa

Referencias

Libro de poesías Dos horas antes del alba
El único libro de poesías de Julio María Sosa Venturini se agotó inmediatamente después de su muerte en noviembre de 1964,
y no volvió a ser editado

Julio Sosa
Dos horas antes del alba


Palabras del autor

Amigo lector:

Poder escribir ha sido siempre una válvula que alivió la tensión de volcánicos estados anímicos o mortales depresiones morales.

Cuando mi alma a punto de asfixiarse o mi corazón a punto de estallar bajo el mandato de la alegría o el lapidario peso del dolor (más por éste que por aquellos), necesitó de la sangría que la aliviara, mi pluma obró el milagro de devolverme la paz, me enseñó a enfrentar la vida con más valor y a mirar a mis semejantes con ojos más buenos.

DOS HORAS ANTES DEL ALBA no na nacido para desafiar la crítica, constructiva o no... No pretende reunir en sus páginas modesto o desmesurado valor literario, pues tampoco puedo afirmar si está bien o mal escrito; pero puedo jurar, en cambio, que es un libro sincero.

DOS HORAS ANTES DEL ALBA es sólo un puñado de gritos rebeldes o resignados que saltaron de mi garganta a mis manos, para quedar en las tuyas y en favor de tu buena voluntad...

Acéptalo, pues, con la natural amistad con que te lo ofrezco, y si sus páginas logran el milagro de cautivar tu atención, mi libro y yo nos sentiremos generosamente recompensados.

JULIO SOSA

 

A ti

Llegaste a mis tinieblas como enviada del cielo.
Tus manos de alabastro curaron mis heridas.
Y oí los cascabeles de olvidados anhelos
que habían enmudecido en medio de mis ruinas...

Me diste una esperanza poblada de inquietudes.
Un amor vacilante de dudas, de temores...
Una paz temblorosa que muere si me huyes
y resucita en risas cuando a mi encuentro corres.

Y en el fugaz instante de esa rara alegría
la noche ya no existe, el tiempo se detiene
y se anida en mis ojos la luz de un nuevo día...

Mi corazón cansado es un niño que espera
fervoroso a tus plantas con pasión enfermiza.
No le niegues, amada, tu adorada presencia.

Por lo que tú más quieras, no le quites la vida...


No me pidas amor

Si te quiero, preguntas...
No me pidas amor,
ni busques en mis ojos la respuesta.
Mi corazón de ayer ya no despierta
dormido para siempre en su ostracismo...
Y en la caverna estéril de mi pecho
no puede amar a nadie.
Ni a mí mismo...

No me pidas amor.
Esa es la puerta.
Aléjate de mí.
Lleva tus besos
y el calor de tu piel, miel y azucena,
a quien pueda ofrecerte
no una pena
sino un alma vibrante de deseo.

Un corazón que lata con el tuyo,
una boca que viva de tu aliento,
unas manos de carne,
no de yeso...
No pidas un amor que ya he perdido 
al pisar los umbrales de mi hombría.
Sólo puedo ofrecerte
de la noche más triste 
su neblina.

Y tú mereces luz.
Tú necesitas
lo que quise salvar y no he podido.
Una fe siempre joven
sin heridas...

Qué más puedo ofrecerte que esta alcoba
con huellas de otro amor
que quedó a oscuras
y así mezclar bestial, cobardemente,
tu inútil esperanza y mi locura...

Vete pronto de mí. 
Borra este día
y el sabor de los besos mentirosos
que puse entre tus labios anhelantes
en el instante gris que fuiste mía.

No me pidas amor.
Cierra los ojos
e imagíname muerto o muy lejano.
Viviendo solamente de un recuerdo
que ayer me hizo feliz, y hoy me hace daño...

Muchacha, vete ya.
Ponte el tapado.
La tarde está muy fría
y el sol se ha desmayado en el ocaso.
Camina lentamente calle abajo
y encontrarás tal vez en una esquina
la luz de otro querer bueno y honrado.

No me pidas amor.
Nada ha quedado
de la sonrisa fácil que he perdido
del venturoso ayer que me han robado...
No me pidas amor.
Pídeme olvido...


La búsqueda

Otra vez el agónico beso
semejante y distinto en cien bocas.
Otra vez el orgasmo demente
y una nueva esperanza que aborta.
Otra vez el cadáver de un sueño
naufragado en un lago de esperma.
Lujurioso y sediento, el cerebro
sublimiza las frases obscenas.
Otra vez la caricia crispada
en la mórbida carne de seda.
Nuevamente las mismas palabras
siempre iguales mintiendo promesas.
Otra vez el temblor convulsivo
precursor del abismo adorado.
Siento en mí la presión de tus muslos
un inmenso collar nacarado...
El marfil estatuario del vientre
es testigo del húmedo beso
que palpita en mi boca afiebrada
y en la seda sin par de su sexo.
Y un violento huracán de lujuria
convulsiona sus manos de lirio
y su monte de Venus se agita
bajo el beso que es dicha y martirio.
Luego aplasta mi pecho jadeante
la armoniosa esbeltez de sus senos
y penetro su carne, y su boca
se hace beso en el grito supremo.

Después, siempre es igual, sin palabras
crece el gran malhumor del cansancio
y qué frío y ausente es el beso
un instante después del orgasmo...
Otra vez el inútil intento
por creer que el amor está cerca
y dejar pesaroso la almohada
con el alma más vieja y enferma...


Desde mi sillón

He arrimado mi sillón a la ventana 
y allá abajo a mis pies adormecidos 
la viscosa serpiente de la calle
se retuerce en su gris tinte sombrío.

Un bostezo de noche la protege
un borracho babeante la atraviesa
y su paso de plomo tropezante
muerde en ecos la sombra de mi pieza

con sus ojos de lámparas eléctricas
derramando fulgores enfermizos
prpadeando la calle despereza
su amarillo fulgor de oro ficticio.

Enseñando en su cuerpo lacerado 
la herejía morbosa de la infancia
cruza escuálido un perro abandonado
las gastadas baldosas de la plaza.

Va golpeando su palo un vigilante
en la reja dormida de una casa
mientras hieren sus ojos penetrantes
los oscuros galpones de la fábrica.

Se despierta un letrero luminoso
pregonando estridencias de colores
y, alumbrado su rostro maquillado,
miente ya el cabaret dicha y amores.

Tenebroso panteón del hambre eterna
que alimenta su estómago vicioso
con los muertos que acuden noche a noche
a fingir que están vivos y dichosos.

Por sus fauces desfilan inconcientes
macilentos los rostros y las almas
y en la cueva brumosa de su boca
asesina ilusiones, y las traga.

Y vomita en la fría madrugada
la locura ojerosa y elocuente
de sus seres que muertos están vivos
y están vivos recién cuando se mueren.

Los espectros dolientes de la orgía
llorarán el la calle somnolienta
y debajo del traje de princesa
morderá su embriaguez la cenicienta.

A la fría pobreza de sus cuartos
correrán los robots desheredados
y también llevarán los opulentos
a su lujoso lecho igual cansancio.

Llora el rico de su alma la pobreza
y de enorme tesoro el pobre es dueño
pues al pobre le queda una riqueza:
la cuantiosa fortuna de sus sueños.

Y después, cuando el sol brilla en el cielo
y enrojece los grises edificios
es el cruel cabaret inocente abuelo
con su aspecto de viejo consumido.

Con qué gusto volcaría entre sus fauces
las estériles noches que me quedan
si pudiera lograr que no me abrace
este duro y fatal sillón de ruedas...


Treinta y dos escalones


He llegado tarde a tu vida.
Los dos llegamos tarde.
Yo a la tuya, tú a la mía...
Arrastrábamos juntos un pasado de ruinas
la diabética herida que no quiere curarse...
Vanos fueron los sueños y la fuerza empeñada
pudo más el veneno de las horas vividas
el recuerdo indeleble de amarguras pasadas.
Lavé mis manos sucias
en las tranquilas aguas de la esperanza buena
y entonces renovado
quijotesco y absurdo emprendí la cruzada...
Qué inútil fue mi esfuerzo
porque no me importaran los celos del pasado.
Qué agonía espantosa
fue saber que mis labios
no fueron los primeros que tus labios besaron...
Que fuiste de otros hombres que amaste
o te amaron...
Qué grotesco y qué vano
fue tratar de olvidar que en días anteriores
tu mente estuvo grávida de oscuros apetitos
tus pies tuvieron alas detrás de otros amores...
Qué inútil fue mi esfuerzo
porque no me importaran los celos del pasado
ni el amor propio herido
ni el impulso asesino que endureció mi mano
aferrando una copa en impotente amago...
Tal vez por cobardía
por el miedo invencible
de comprobar de cerca que la carne maldita
es más fuerte que el alma...
Y enemigo pequeño no se encuentra en la tierra
cuando el hombre disputa con avidez de fiera
la caricia deseada
dos sábanas, dos piernas
dulce abismo inconcluso que conduce a la nada...
Treinta y dos almanaques sacuden sus inviernos
amarillos y helados en mi frente cansada.
Treinta y dos escalones cuyas losas rosadas
se tornaron oscuras, moribundas, gastadas.
De pie sobre el más negro, el último peldaño que alcanza mi existencia
el más débil y oscuro.
Desde allí, con tristeza
contemplo tu partida
y dejo que te vayas...


El error

El erótico error de mis padres
me dio luz, yo me llamo Fracaso...
es mentira que tengo otro nombre
por más que lo diga, lo grite o lo ladre
el severo y absurdo papel de un juzgado...

Fui un orgasmo fatal de un momento
fui un instinto morboso y malsano
y pasé de mi padre a mi madre
por un tubo convulso y enfermo
una noche, hace ya treinta años...

Pude estar encerrado en el vidrio
de la feria brutal de algún sabio.
Por error he nacido y existo
sin poder ayudar a la ciencia
conservado en el fondo de un frasco...

Pude ser una obra suprema
de monstruosa fealdad, una bestia,
pero tengo un defecto que impide
consumar tan macabra belleza...
Y es que en mí, tan deforme y enfermo
puso Dios con crueldad manifiesta
la espantosa salud de un cerebro...


Espejismo

Boca arriba en el lecho alquilado
de un hotel de este pueblo sureño
prisioneros mis ojos hastiados
de un paisaje de cal y cemento.
Sobre mí tengo un cielo cercano
de ladrillos oscuros y viejos
y una gran asamblea de moscas
como muertas estrellas pendiendo.
A mi lado ella duerme sonriente
con la húmeda boca entreabierta
por los últimos besos gustados
en mi boca tan sabia y tan vieja.
Es apenas mujer, casi niña
y dormida la veo tan bella
que un instante la amo embrujado
por su aspecto de gracia y pureza.
Mas el sueño se irá de su frente
será turbia y procaz su mirada
y su impúdica boca sonriente
insultante a las luces del alba
seguirá repartiendo caricias
por un precio irrisorio o muy caro;
yo me iré cada vez más vacío
a otro pueblo, a otro hotel, a otros brazos.
Con mi ropa, su enagua y corpiño
se abrazaron de amor en la silla
y en la cama abrazaron sus piernas
el desorden total de mi vida.
A un costado del lecho me espera
mi valija de eterno viajero;
está abierta y me envía burlona
una gran carcajada de cuero.
Sólo existe este cielo cercano
de ladrillos oscuros y viejos
con su gran asamblea de moscas
como muertas estrellas pendiendo...


Ríete, si quieres

Ríete, si quieres...
Tu burlona sonrisa no me alcanza.
Permanezco en la nubes.
Tú en el barro.
Tu sardónica risa equivocada
que es la mueca elocuente del fracaso
resbala inofensiva en mi coraza.

Ríete, si quieres.
No puedo pretender que me comprendas
eres tan inferior, tan poca cosa...
Un ser irracional y primitivo.
Tu vida es el estómago y el sexo
y sólo mereces por castigo
mi lástima y desprecio...

Sigue pues ostentando impasible
tu monótona risa
tus palabras torcidas de intenciones enfermas...

Te ríes porque sueño
te ríes porque amo y porque siento en mis venas
el placer de ser bueno.
Y te burlas, estúpido y grosero,
porque en vez de vengar un dolor ofendiendo
prefiero escribir versos...

Pero entérate, ciego.
Sólo es blanda mi pluma
mi corazón templado en mil luchas, de acero.
Y si tu vil palabra se acercara a mi madre
o manchara a un amigo
o a la mujer que quiero.
Pongo a Dios por testigo:
Con mis únicas armas
estas manos de hierro
borraría con sangre 
tu sonrisa de necio.

Ríete, si quieres,
que tu amarga alegría
es la macabra risa del gusano en el féretro.

Qué pasa que no ríes
estás pálido y serio.
Te ruego me perdones
si en oscuro momento
olvidé que un poeta
solo debe hacer... versos.


Las seis

Son las seis.
La noche escapa furtiva y misteriosa.
El grito rojo del sol la ha puesto en fuga.
Se ha ido con su esencia de tabernas y alcobas.
La noche.
Eterna protectora de Afroditas desnudas...
Ha escapado misteriosa y altiva la noche,
mi noche amiga...
Son las seis.
Los tejados orinasn la vereda
un borracho mastica maloliente
una canción obscena.
El sacerdote de Baco tambalea blasfemando estridente.
Su aliento me golpea...
Y el cielo recibe indiferente
el luto que le escupen insolentes
cuatro chimeneas...
Son las seis y no llegas
y tal vez cuando sepas
que esperando pasé la noche entera
la espada doble filo de tu risa
de santa o de ramera
será el premio que otorgues generosa
a esta inútil espera...
Pero qué has de venir. Si cuando impura
no he logrado que vengas,
hoy no habrás de llegar hasta mi puerta,
pues ya supe que a tu flamante esposo
le presumes de buena...
Son las seis, seis y media...
y yo sigo clavado en esta espera
haciendo el Jesucristo, o el idiota
detrás de mis ojeras...


Reflexión

Tus manos sarmentosas se elevan en la niebla
escuálidas y negras en la súplica muda
recogiendo tan sólo del corazón que pasa
una ausente mirada de indiferencia oscura.

Cuántas veces te he visto tembloroso en el atrio
de la vieja capilla guarecerte del frío
cuyas finas agujas despiadadas y crueles
mordían implacables en tu cuerpo aterido.

Tus pupilas sin vida atisbaban la calle
y en un esfuerzo estéril aguzabas tu oído
con la vana esperanza de acercar tu miseria
al gabán insolente de un señor presumido.

Cuántas veces te he visto recoger tus harapos
que estorbaban el paso de la dama elegante
y otras veces te he visto, como a un Cristo, golpeado
y a la calle empujado por un sucio gendarme.

Y en la oscura calleja del dolor y del hambre
yo te he visto encorvado arrastrando tus trapos
masticando el recuerdo de un amor o de un hijo
en los pliegues vetustos de un pasado lejano.

Y a la puerta inflexible que cerró el egoísmo
del estómago lleno y del cómodo sueño
al mandato del hambre, el cansancio y el frío
yo te he visto golpear con un tímido empeño

e internarte más tarde como un tétrico duende
en el negro bostezo que anochece sombrío
y adornar tu cabeza de apóstol olvidado
con mil perlas fugaces: el llanto del rocío.

Quién supiera tu historia, tu niñez, tus anhelos
y el pesar inaudito que ha empujado tus pasos
a este triste destino de fantasma doliente
a este negro sendero que apresura tu ocaso.

Qué consuelo egoísta me has brindado al mirarte;
comparando mis ropas y mis años tan nuevos
a tus pobres harapos, a tus tristes achaques
tu espantosa miseria me ha sanado por dentro.

Me he quejado iracundo insultando a los cielos
lamentando en blasfemias mis problemas pequeños
y tus trapos gritaron a mi ciega experiencia
que no me falta nada para vivir contento.

Gracias, pues, buen amigo, acepta este dinero,
que a cambio de las sucias monedas que te dejo
como un valioso escudo me llevo tu recuerdo...


Tormenta

Como una enorme gata amarillenta
se acurruca la tarde en el ocaso
y dorando la tierra en un bostezo
guarda el sol otoñal sus rojos brazos.

Una nube se acerca amenazante
jineteando en el viento su arrogancia
y al galope de mil potros gigantes
ruge el trueno iracundo en la montaña.

La majada obedece temerosa
al ladrido del perro blanco y negro
que la empuja al galpón tibio y seguro
que recuesta su flanco junto al cerro.

El murmullo inocente del arroyo
es un grito de guerra adulto y bravo
y transforma su cauce cariñoso
en un río furioso y desatado.

Hasta el lobo que corre tras la oveja
con fulgor asesino en la mirada
se detiene espantado por la aurora
breve y blanca de un rayo en la quebrada.

El cuchillo de fuego parte un árbol
con certera y caliente puñalada
y cubriendo su cuerpo agonizante
tiende el viento con humo la mortaja.

Tras el crimen terrible y alevoso
borda el cielo su pena lastimera
llora el agua que brota de sus ojos
sobre el negro cadaver de madera...


Cansancio

Sombra gris de un pasado no lejano
que se aferra al recuerdo permanente
con la ausencia de un rostro y unas manos
que no encuentro en las horas del presente.

Padre, madre, novia, hermana y amistades
se diluyen en la bruma triste y fría
de distancia inevitable que me empuja
por un mundo de callejas sin salida.

Cual bandera de adiós trágica y muda
un pañuelo flameando en el espacio
bautizado con llanto de unos ojos
plenos siempre de amor, vejez, cansancio...

Y partieron mis pasos presurosos
tras el dulce espejismo envenenado
con promesas de cielos venturosos
amor fácil, placer, dinero, halagos...

Medio siglo me ordena que regrese
y no sé a ciencia cierta si he llegado
sólo sé que de lucha tan estéril
he logrado un trofeo: mi fracaso.

Hoy sin fuerzas al borde del sendero
me he tirado en el pasto del hastío
y mordiendo un bostezo de impotencia
he querido dormir y no he podido.

Me desvela el recuerdo de mi madre
que mantiene mi ser siempre despierto
la paloma cautiva de un pañuelo
que solloza un adiós y un sueño muerto...


Mi viejo navío

El navío reposa majestuoso y sereno
recogiendo en su vientre de metal enmohecido
el abrazo tirano y eterno de los mares
que encadena su cuerpo de gigante vencido.

No habita en sus entrañas el marino broncíneo
y sus mudos cañones no gritan sus cantares
vomitando la muerte hacia el barco enemigo.

Ah, mi viejo navío... ya ni ratas te quedan
hasta ellas se han ido
pues tu vieja bodega ulcerada y vacía
no puede ya ofrecerles alimento y abrigo.

Pero yo no abandono a mis viejos amigos
y por eso cruzando cien leguas
a tu lado he venido.

Tres años han pasado, más de mil días, ¿recuerdas?
desde el maldito encuentro con la goleta inglesa
que te quitó la vida, y a mí la pierna izquierda.

Ya mis padres han muerto, se los llevó la guerra
y María, la novia que lloraba en sus cartas mi ausencia
hoy no sabe ocultar la vergüenza
que le inspira mi pierna de palo
golpeteando en la vieja calleja.

Ah, mi viejo navío... como ves, estoy solo
y por eso he venido
a guardar en tu viejo cadáver
el mío...


Saldo

No lo puedo creer, eres tú la que lloras
eres tú la que ruegas de ese modo angustiada
mi confianza de niño, mi ternura de otrora
qué pálida te has puesto por tan poco, por nada...
Vístete, no te quedes contemplándome muda
temblorosa y doliente con mirada tan triste
he aprendido a dudar frente a tu alma desnuda
y abierta como un libro, la tarde que te fuiste.
Cuando mostraste fría sin asomo de pena
como un regalo negro tu abandono cobarde
me contagiaste amarga esta fuerza serena,
como un virus terrible este mal incurable.
Hoy has vuelto pensando que mi amor sería eterno
eterna mi confianza y también mis deseos...
Sólo hallaste lo último, lo anterior ya se ha muerto
como mueren los pájaros sin nido en el invierno.
Me reprochas que te haya acariciado de nuevo
y qué quieres, si sigues siendo siempre tan guapa
y yo joven y fuerte, y además no estoy ciego
como la tarde aciaga que lloré por tu alma
y dejé como un necio que tu cuerpo escapara...
El recuerdo de entonces ha quedado flotando
en el hondo vacío de mi ser que te amaba
ponte pronto la blusa, que a pesar de tu llanto
el vacío que hoy dejas, sólo será en mi cama...
Basta ya de llorar, que me cansan tus lágrimas.
Péinate en el camino, aquel peine es el tuyo
y tuyo este pañuelo, también aquellas cartas
tus palabras de amor, tu voz, maldito arrullo
que atesoró mi oído y mi burlada confianza.
Vete pronto que el día anuncia su llegada
no quiero que te vea mi madre cuando salgas
y toma este dinero que paga tus caricias
así estamos a mano, ya no te debo nada...
Te vas sin saludar porque te hago justicia.
Sí que eres orgullosa, y hasta mal educada...


El último tren


El gusano gigante y rugiente
hecho en fuego en acero y madera
se alejó rechinando en los rieles
cual furiosa y fantástica fiera...

Tú te fuiste encerrada en su vientre
con un rictus amargo en los labios
y el calor de tu mano afiebrada
me abrazó en el andén solitario.

Pronto el tren se burló de mis ojos
y mató en una curva mis ansias
aumentando su aguda sirena
el amargo sabor de mis lágrimas.

Qué pesadas se tornan las piernas
cuanta niebla aprisionan los párpados
cómo cambia la voz, cómo tiembla
cuando un tren nos aleja el pasado.

Tú te fuiste con él hace meses
y así a diario te sigues marchando
cuando el viejo reloj da las nueve
y el tren deja el anden solitario.

Sé que al fin volveremos a unirnos
tras el corto camino, tan largo...
y será el mismo tren de las nueve
que vendrá a devolverme el pasado...

Disfrazaste la tos traicionera
con sonrisa valiente y cansada
y hacia el norte partió el tren cargado
con tu pobre esperanza angustiada
y mi cruel presentir despiadado...

Qué pesadas se tornan las piernas, 
cuánta niebla aprisionan los párpados
cómo cambia la voz, cómo tiembla
cuando un tren nos aleja lo amado
y qué triste se pone a las nueve
con su adiós el andén solitario...


Amistad negra

He arribado a la cima de mi torva existencia
y comienza el declive.
Ya no apuran mis pasos ni rosados anhelos
ni mentidas decencias.

Mi bondad la mataron los que ayer la tuvieron
y el amor puro y blanco que creía del cielo
me ha dejado en la boca su más fétido aliento.

Una noche de meses me ha encerrado en sus sombras
y las sombras se agrandan y me acosan y crecen
dibujando con manos descarnadas u negras
en mis ojos sangrientos un paisaje de muerte.
Pero nada es eterno y mis pasos inertes
van camino del día.
Cuando nada esperaba y ya en nada creía
ha llenado mis manos temblorosas y frías
el valor nada humano y la fuerza imponente
de mi única amiga...

La he tomado gozoso como un niño a un juguete
es morena y pequeña y no obstante muy fuerte
ha salvado mi vida en cien luchas a muerte
con las pocas palabras de su boca estridente.

Sus palabras de fuego son verdades que hieren.
La he tirado en el lecho y la miro que duerme
y mis negros deseos se detienen cobardes
porque la sé obediente...

¿Me atreveré a ordenarle que me grite al oído
una sola palabra de las nueve que tiene?
¿Me atreveré a pedirle presionando el gatillo
la trágica elocuencia de su boca sin dientes?


Añoranza


Adorada niñez que te has dormido
en un dulce recodo del pasado
con el canto apagado de la abuela
y un nostálgico adiós de Reyes Magos.

Adorada niñez que te llevaste
con aquel mi primer pantalón largo
el tesoro ignorado de ese tiempo
la inocencia de un ángel sin pecado.

Cuando el alma vagaba en las alaturas
del ensueño feliz, casto y dorado,
sin la sombra terrible de la duda
ni los golpes traidores del engaño.

Hoy que el sueño se ha roto en la distancia
con la piedra del tiempo en mil pedazos
si pudiera olvidar estos seis lustros
volvería a esperar los Reyes Magos.

Si olvidara del mundo sus maldades
volvería a ser niño, a ser honrado
y escuchando los cuentos de la abuela
soñaría feliz en su regazo.

Adorada niñez que te has dormido
en un dulce recodo del pasado
sólo guardo de ti para evocarte
un doliente recuerdo desmayado...


Arrepentimiento


Por qué te dije adiós...
por qué, adorada, mi dolor no advertiste
si al morder tu beso triste
comprendí que me enclaustraba
en la cárcel del recuerdo...

Con mis lágrimas.
Llanto inútil lacerante con que vierto
el dolor de no tenerte
de adorarte desde lejos...

Por qué te dije adiós y he permitido
que te fueras como un sueño
llevando tras de ti tu fresca risa
dejándome en silencio...

Y yo vi un gran amor en tu mirada
y yo vi tu tristeza
el dolor de tener que obedecerme
aunque no lo quisieras...
y obediente te fuiste, y no supe
gritarte que volvieras...

Golondrina aterida frente al viento
que quiso, enamorada de un paisaje 
afrontar al invierno...

Y yo pude ayudarte, yo era fuerte
pero te dije adiós, cobardemente...
Tuve miedo al amor.
Inmenso miedo
de vivir otra vez ardientemente....

Ayer te vi pasar
y tu mirada
reflejaba la luz de amores nuevos
y te quise gritar
¡Ay, cómo te quiero!

Yo sigo en este invierno
que es el mismo de siempre
más vencido y más viejo
pero siempre queriéndote.
Por eso he de gritarte hasta que muera
la palabra tardía que no puede alcanzarte:
Te quiero, amada mía.
Con el alma te quiero
y aunque sé que no habrás de volver nunca
igual, igual te espero...


Renunciamiento


He renunciado a ti.
Fue una locura.
Vano intento de atar con la delgada hebra de un cabello
al inmenso caudal de mi ternura
el corcel desbocado de mis celos...
He renunciado a ti.
Con un renunciamiento que este invierno llena
de palabras quebradas, frases muertas.
Que llenaron mis labios de promesas.
Que no pude cumplir
pues tuve miedo de que no comprendieras
que este amor de pecado y de pureza
con que mi alma cansada se alimenta
cegando mi razón y mis sentidos
nos perdiera...
Sólo pude ofrecerte un viejo corazón
cansado de mentiras
y una fe moribunda mil veces malherida...
Tú me ofreces la luz
valles, nubes, montañas
cielo límpido azul
paisaje nuevo que no puedo gustar
pues ya estoy ciego...
Tú me ofreces la aurora y yo el ocaso
y no quiere mi noble cobardía
que pierdas en el cambio...
He renunciado a ti
como renuncia el famélico mendigo
al vino generoso y al caviar
con gesto resignado
como llora el niño pobre su tristeza
frente al juguete caro...
Así renuncio a ti.
Con un beso de niño y un sollozo de viejo.
Como al agua y al sol vivificantes
renuncia el árbol seco....


Naipes rojos


El negro bostezo de una puerta abierta
se asoma a la noche en la calle muerta...
tras ella, inquietante y dormido un pasillo
se adorna con pasos nerviosos y alerta...
Se queja a intervalos la anciana escalera
y llora un polvillo de madera vieja...
Sepultan peldaños los pasos ansiosos
y suben adonde seis hombres esperan...
Con rasgos sombríos seis rostros de piedra
los ojos en sombras, las manos muy bellas
aguardan fumando que llegue el que falta...
Seis rostros sombríos rodeando una mesa...
Un último impulso del hombre que llega
entierra en las sombras la turbia escalera...
En forma elegante, discreta y muy blanca
su mano se eleva y la puerta golpea...
La puerta se abre, y doce pupilas
como doce manos lo examinan frías...
Se quita su abrigo, saluda y se acerca,
y sin más palabras ocupa su silla...
Un viejo encorvado con aire de apóstol
trae una bandeja con las copas llenas, 
y su mano izquierda deja en el tapete
un mazo de naipes, y el juego comienza...
Dos manos morenas manejan las cartas
y éstas se atropellan de una a otra palma,
y su tableteo de cartón prensado
es el desafío de una carcajada.
Los oros, las copas, los bastos y espadas
se mezclan veloces por las manos sabias,
y el recién llegado confiado hace apuestas
dinero en la diestra y en la boca el alma.
Pasaron seis horas... ya es de madrugada...
Un cielo de humo moja las miradas...
en los labios resecos se apaga un cigarro
y hay sienes febriles y ojeras hinchadas...
Pálido, angustiado y en franca derrota
en la nueva apuesta vuelca su alma rota...
Y en la última chance del azar suicida
desprecia el caballo y elige la sota...
Y se juega entero lo que aún le queda...
Mas la sota ríe de su amarga espera
y el galope quieto del caballo de oros
al bando contrario su plata se lleva...
Aprieta los puños, maldice entre dientes,
mientras el que talla sigue indiferente...
mas su indiferencia pronto se hace espanto,
pues caen de su manga tres sotas sonrientes...
En la calle el alba moja las aceras
y el viento las barre con su voz doliente...
Tres sotas se bañan en sangre caliente
mientras un cadáver cae por la escalera...


Agonía


Cuando mi alma abandone su envoltura terrena
y a tu alcoba se acerque doliente y errabunda
impotente y terrible mi deseo de amarte
retorcerá mi cuerpo prisionero en la tumba.

Te gritaré angustiado cuando escuche tus pasos
caminar por la senda que recorrimos juntos
y ese techo de tierra que me aislará en su abrazo
arañaré frenético en un esfuerzo absurdo...

Ya no podrán mis labios gustar de tus encantos
que seguirán viviendo palpitantes y frescos
que inspirarán pasiones a pesar de tu llanto
y serán de otros labios a pesar de mis celos...

Ya no podrá mi boca mordisquear insaciable
el marfil suave, mórbido y celestial de tu cuerpo
y del húmedo beso que estremeció tu carne
sólo tendrán tus fibras un molesto recuerdo...

Ya no podrán mis manos enredarse en tu pelo
ni aplastaré mi boca en tus labios sangrientos
ni crisparás, violenta, como garfios tus dedos
en la incansable almohada de nuestro amor sediento...

Ven y siéntate cerca de mi lecho de enfermo
ven y acerca tus manos que están limpias y frescas
a mi frente que quema el calor de un infierno
a mis ojos febriles de vagar por la pieza...

Cierra bien la persiana que la luz me molesta,
Ahora vete, amor mío... vete... y cierra la puerta...


Tres amores


Tener un trozo de tierra en cualquier valle
adornado con álamos, custodiado por cerros
y en el mullido verde de los pastos
una vieja cabaña construida con leños.

Y sentada en el pórtico contemplando el paisaje
la sublime figura de cabellos de plata.
Mi madre.

Y en la alcoba en penumbra, recostado en el lecho,
contemplar mientras fumo en silencio
un amigo que duerme en el suelo.
Mi perro.

A la izquierda un hogar crepitante de leños
cuyas lenguas rojizas aprisionen recuerdos
dibujando en las sombras mil figuras inciertas.
Mis sueños.

Y en la mesa que guarda recuerdos
de incontables afanes y besos
mis ideas revueltas.
Y cruzando la puerta, a cien pasos apenas

un arroyo que cante y se pierda
arrastrando consigo por siempre
esta mala palabra.
Tristeza.

Y en mi valle de dicha serena
tres amores cuidar con empeño.
Mi madre, mi perro y mis sueños...


Soledad


Hoy el sol ha golpeado con sus cálidos dedos
los cristales opacos de mi vieja ventana.
Dos gotas temblorosas del nocturno rocío
desde el vidrio me miran en la tibia mañana.

Todo es luz y alegría, y color y sonido,
todo es vida en el campo. Precursora de estío
Primavera ha llegado con dorados pinceles
decorando las flores, alegrando los nidos.
Derraman los panales el amor de sus mieles
que acechan cautelosos zagales escondidos.

Vuela rauda una alondra transportando en el pico
la razón de su vida hacia el verde follaje
y vibrando hacia el cielo su invisible cordaje
se oye grave y sonora la garganta del río.

Dos cachorros lebreles se disputan la presa
matizando la lucha con viriles gruñidos
todo es luz y alegría y color y sonido,
Primavera ha llegado y al entrar en mi pieza
se detuvo indecisa; la ahuyentó mi tristeza.

Más allá de mi puerta ya no hay más flores mustias.
Primavera ha llegado pero entrar no ha querido
porque ha visto, en mi angustia, que tú ya te habías ido...


Himno a la virgen mía


Se han quebrado tus alas que han caído a la tierra
como dos blancos pétalos arrojados al viento.
Y tu imagen augusta, adorada y eterna
brota insomne y doliente de mi cruel desaliento...

Una noche muy negra se detuvo en mi alma
dibujando con sombras tu sonrisa cansada
y tus manos de santa que cubrieron mis lágrimas
no acarician mis sienes en la triste alborada...

Maravilla de novia sin pasiones ni sexo
que viviste callada, ignorada y sufrida,
tu abnegado calvario de final sin regreso
hasta el postrer instante de tu brusca partida.

Te llamó Dios al cielo cuando vio que eras mía...
me castigó implacable cuando observó tu pelo
que en los mejores años de mi vida egoísta
yo había transformado en un gris ceniciento...

Y te fuiste, ¡oh, Madre!, en silencio... sin quejas
y me has dejado solo, aturdido y cobarde,
errando pavoroso en esta casa vieja
donde aprendí a quererte ya demasiado tarde.

Madre...
Haz que vuelvan tus manos en el tenaz insomnio
de mis noches tan largas, tan amargas y frías.
Madre...
Haz que vuelvan tus ojos a vestir el otoño
de mi vida que muere sin tu amor, virgen mía...

Madre...
Haz que vuelvan tus besos en la brisa que pasa,
que retorne tu acento en las voces del río...
mientras vierto este llanto que mis ojos abrasa
acodado en la mesa, frente al sitio vacío...


Fuentes consultadas: Dos horas antes del alba.

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